15.7.11

El centro de atencion;


13 de septiembre del 2006.Este es el principio y el fin. El principio de un largo viaje y de un nuevo camino, y el final de un estilo de vida corriente. Espero encontrar amor, aventuras, diversión y emociones. 
A pesar de mi bocado de pastel de humildad, la vida seguía yendo a todo gas. Hice varias galas como telonera de las Cheetah Girls, en su gira “The party’s just begun”, en otoño del 2006. Ya habíamos terminado de rodar la primera temporada de Hannah Montana, aunque solo se había emitido la mitad de la serie. Antes del concierto de las Cheetah Girls, nadie sabía si la gente le importaría que yo les hiciera de telonera. Ciertamente, Hannah Montana había sido un éxito inmediato, aunque eso no significada que alguien quisiera verme en concierto como Hannah. Hannah es una cantante de ficción. Tal vez toda su fama también era ficticia. Así que los promotores de la gira no se gastaron mucho dinero. No había ningún telón espectacular que se abriera lentamente para mostrarme sobre el escenario. Ni subía sobre una plataforma como una autentica rockera. Así, ¿Cómo hacia mi aparición en el escenario? Dos bailarines sujetaban una sabana blanca normal para ocultarme, y luego la dejaban caer. Si, si, una sabana de cama. Tenia cuatro bailarines (ahora llevo hasta doce bailarines). Tenia una banda grabada en vez de una autentica banda (ahora tengo una banda de siete músicos). Todo mi vestuario estaba sacado de los estantes de la tienda Forever 21 (ahora todo mi vestuario de Hannah es personalizado). Pero a mi me daba igual si estaba ante una pared negra y lisa. Papá siempre dice que un músico autentico puede dar un gran espectáculo con cualquier cosa, por pequeña que sea. Y yo estaba decidida a ser una gran música.
Cuando actúas de telonero, imaginas que nadie ha venido para verte a ti. La gente llega con sus amigos; para la actuación principal, y no tienen ningún motivo en absoluto para prestar atención a esa chica cualquiera con peluca rubia, que se cree una estrella de la tele. Pero aquel concierto importaba mucho para mí. Era mi primera y quizás única oportunidad de demostrar a todo el mundo lo que podía hacer como artista, y no podía permitirme arruinarlo. Se suponía que tenía que entusiasmar al público. Si no estaba a tono cuando salieran al escenario las Cheetah Girls, la culpa seria mía. 
Se vendieron todas las entradas para el concierto, lo que fue una sorpresa para todo el mundo. Me gustaba tener mucho público. Al menos, con tanta gente, no tenía que preocuparme de que no hubiera aplausos, sino solo grillos. Podía arreglármelas con esa cantidad de gente (eso esperaba).
Nunca estoy sola entre bastidores. Antes de que empiece el espectáculo, mis bailarines y yo realizamos un pequeño ritual. Nos reunimos en círculo con las manos juntas en el centro y gritamos “¡A muerte!”. Luego, mi director de escena, Scottie Dog, un viejo rockero tatuado de los de antes, me indica donde debo esperar y se queda conmigo hasta que salgo a escena. 
Mientras esperaba entre bastidores la noche del estreno, la peluca rubia me producía picazón, calor y sudor. Y tenia ganas de hacer pis. Muchas. Pero era demasiado tarde. (La historia de mi vida es tener pis cuando ya es demasiado tarde; es un código corporal que viene a decir “¡Estas nerviosa y podrías echarlo todo a perder!”). Scottie Dog me hizo una señal y camine hasta el micrófono. Mire a través de la sabana a la multitud de Key Arena, en el centro de Seattle. Mas de 16.000 personas me estaban mirando (o a mi sabana blanca de cama, al menos), esperando mi actuación. Me sentí realmente pequeña sobre aquel escenario. ¡Era demasiado pequeña! ¿Por qué tenia que estar allí? ¿Cómo podría ganarme a tantísima gente? Sin embargo, hacer de animadora me había enseñado a canalizar mi miedo en forma de energía. Tal vez me sentía pequeña, pero estaba dispuesta a hacerlo todo mayor y mejor para compensar. 
Respire hondo, cayo la sabana y empecé con I got nerve. No sabía si podría evitar que una multitud de 16.000 personas me tirara  tomates (o bocadillos de mantequilla y mermelada, pues la multitud era joven). Pero si que sabia que me encantaba cantar, así que empecé concentrándome únicamente en cantar. 
En cuanto empecé a cantar me relaje un poco. Al poco rato, me sentí lo bastante tranquila como para echar un vistazo al publico. Así que mire… y no podía creer lo que veía. ¡Había un mar de camisetas de Hannah Montana! Aquel público no había acudido a ver solo a las Cheetah Girls. ¡Sabían quien era yo! (o sabían quien eran mi personaje de la televisión cuando no era ella misma. Pero no seamos tan quisquillosos). Cuando empecé a cantar I got nerve, la gente cantaba conmigo. ¡Se sabían la letra de pe a pa! Pronto oí que coreaban “¡Hannah!” o “¡Miley!” (¿Lo ven? Sabían quien era yo. O más bien sabía quien era mi personaje de la televisión cuando era ella misma. Aunque repito, no seamos tan quisquillosos). Mamá estaba entre bastidores con mi manager, Jason. Se quedaron mirando el uno al otro con la boca abierta de par en par. ¿Qué? ¡Aquello se había descontrolado!
Había pasado tan poco tiempo desde que estaba en sexto conteniendo las lágrimas un día tras otro… Aquellas niñas me habían hecho sentir totalmente despreciable, invisible. Pero ahí estaba la reacción en sentido contrario que había estado esperando. Ahí estaba la prueba de que no habían podido detenerme. Si acaso, me habían empujado hacia adelante. Por encima de toda aquella oscuridad, brillaba ahora una luz en mi vida. Me sentía elevada, no tanto por el éxito o la fama o nada que tuviera que ver con mi situación en Hollywood como por el momento. Mi corazón volaba. Mi alma flotaba. Me sentía radiante. 
Por supuesto, si pudiera volver atrás, preferiría no sufrir los malos momentos de sexto. Pero ahora, ahora que aquello se había terminado, en algún lugar de la crueldad de aquellas niñas había un regalo para mí. Había dejado todos los recuerdos en el fondo del océano, pero ahora aquel pasado volvía flotando hacia mí.  Como un mensaje en una botella. La mire, me sentí feliz, le presente mis respeto y luego la volví a lanzar.
Mientras escuchaba los últimos acordes de I got nerve pensé “esta es para ellas”.
No dejaba de preguntarme que relación había entre la respuesta del publico y de la popularidad de la serie o de mi carrera. Reconocí lo que estaba pasando por los conciertos de papá. Los chicos y las chicas cantaban a coro las letras de mis canciones. Los padres bailaban con sus hijos. Los mire y vi caras de felicidad. Papá siempre dice que en ese momento (cuando vos, la banda y el público hacemos música todos juntos) nos convertimos en uno. Eso es armonía. Y en eso consistía todo.
La vida puede ser imprevisible y dura. Hay un montón de cosas deprimentes en el mundo en las que podríamos pensar todos. Tal vez deberíamos hacerlo. Pero, ¿aquella noche, en aquel momento, cantando todos juntos a coro? Fue algo que todos compartimos y, mientras estábamos cantando, por muchos problemas que hubiera en el mundo, por muchos problemas que pudiera tener la gente en casa, por muchos abusones que pudieran esperar después de clase a algunos de los niños del público, yo sentía que nos habíamos quitado todo eso de la cabeza durante un espacio minúsculo de tiempo y simplemente disfrutábamos de la compañía mutua. Había traído un poco de esperanza al público. Había descubierto la manera de hacer feliz a la gente. Y eso es lo mejor que hay.
Actué en veinte conciertos con las Cheetah Girls en un mes, el ultimo de los cuales fue el 14 de octubre en Charlotte, en Carolina del Norte. Diez días después, salió a al venta la banda sonora de Hannah Montana, con toda la música de la serie de televisión. Mi vida empezaba a parecer la mejor navidad de la historia: cada regalo era una nueva oportunidad o la noticia de un éxito que solo había imaginado en mis sueños más disparatados. La banda sonora debuto en la lista de éxitos en el numero uno.
¡Si, rayos! Hannah Montana ya no era la telonera de nadie. Era la cabeza de cartel. Mis sueños se habían hecho realidad. Era cantante. Y era actriz. Entonces, ¿y que si el sueño hecho realidad venia con una peluca rubia enganchada a la cabeza? Servidora no tenía ninguna queja. Ya saben el dicho “vale mas peluca en la cabeza en el váter de sexto”. Bueno, ok, tal vez no sea un dicho demasiado común. ¡Dejémoslo en que sabia que no hay que mirar el dentado al caballo regalado! 

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